"Si luchas, puedes perder. Si no luchas, estás perdido".


domingo, 22 de marzo de 2020

NOS LO MERECEMOS


A día de hoy, 22 de marzo de 2020, la mortalidad global del COVID-19 es del 4,2% sobre los infectados y hay más de 13000 muertes en 160 países con casos detectados.* 

En Italia, país con más muertes, han fallecido ya más de 4825 personas. En China, donde empezó la infección, 3261 muertes. En España, 1326 muertes.

Algunas de las previsiones de muerte más negativas, durante lo que dure la pandemia, antes de que se llegue a administrar una vacuna, son: 1,7 millones de personas en EEUU (si solo se hacen unos esfuerzos mínimos por contenerla) y en España, en el peor de los escenarios, 87000 muertes.

Del 4% global de los que mueren por coronavirus, los que más se mueren son personas de entre 80 y 99 años (20%), seguidos de los que tienen entre 60 y 79 años (11%) y luego hay un gran salto y del grupo de 30 a 59 años muere el 2%. La mayoría de los que mueren, por no decir todos, presenta alguna patología previa.

24000 personas mueren, cada día, de hambre o por causas relacionadas con el hambre en el mundo. 8500 niños mueren por hambre, cada día, y en 2017 más de seis millones de niños menores de quince años murieron por causas prevenibles.

En 2018 fallecieron 1,5 millones de personas por enfermedades relacionadas con la tuberculosis y 770000 personas a causa de enfermedades relacionadas con el SIDA. Alrededor de 650000 personas mueren al año por causas relacionadas con la gripe. Las zonas con más muertes, lógico, son aquellas con menos recursos médicos para atender estas y otras enfermedades.

En España y en otros muchos países afectados por el COVID-19 se han tomado o se van a tomar en los próximos días medidas de confinamiento sin precedentes, que ya están teniendo y van a tener un duro impacto psicológico y económico en la sociedad.

Llegados a este punto, casi puedo imaginarme lo que estás pensando. Atas unas estadísticas con otras y con el título de este post y te dices (me dices) "¿Este hijo de puta acaso está planteando que si lo que estamos haciendo, frenar la actividad económica y encerrarnos durante una cuarentena todo el puto día en casa para, según él, salvar a cuatro viejos, ya que en el mundo se mueren por hambre y enfermedades muchas más personas que las que va a matar este jodido virus, merece la pena?"

Esa pregunta, o alguna parecida, si te la estás haciendo, es totalmente irrelevante. Porque lo que aquí de verdad importa es que, independientemente de que a mí me parezca que merece la pena o no, independientemente de que a ti te parezca que merece la pena o no, independientemente de que a cualquier otro u otra le parezca que merece la pena o no, es decir, independientemente de la responsabilidad individual de cada uno, el Gobierno, ejecutando sus funciones de Estado, nos ha obligado, a todos, a hacerlo, a parar la economía, a meternos en casa, y, la gran mayoría, estamos obedeciendo, hemos acatado esa orden impuesta, para salvar a esos cuatro viejos o a los que hagan falta e, independientemente del impacto psicológico y económico, que va a ser duro, muy duro, lo estamos haciendo, porque hay que hacerlo y porque estamos siendo obligados a hacerlo. Y esto, es muy importante, como veremos después.

La pregunta que sí creo que es relevante y que puede salvar muchas vidas, muchas más vidas que las que vamos a ahorrarle al coronavirus, es: ¿me vais a decir que somos capaces de parar un país, durante dos meses, una medida que es muy traumática, para salvar a miles de personas (recuerdo, peor escenario en España: 87000 muertes), y no somos capaces de cambiar nuestro estilo de vida, de reducir nuestro nivel de producción y consumo, una medida mucho menos traumática, para salvar a cientos de millones en el mundo?

¡Porque sí tiene que ver, sí tiene que ver! La vida del niño que se muere de hambre en África o la de su padre que se muere de SIDA, la del hombre al que matan en una guerra en Asia o la de la mujer que es asesinada en LatinoAmérica, todas esas vidas valen tanto como la del hombre blanco de 80 años que vive en Occidente, ni más ni menos, igual, y todas esas vidas dependen de nuestro modelo económico global, de cuánto producimos, de cuánto compramos, de cuánto más vamos a seguir explotando y acaparando o cuándo vamos a empezar, de una puta vez, a redistribuir los recursos para acabar con pandemias como las hambrunas y las enfermedades que llevan décadas, ¡siglos!, cebándose con las poblaciones más vulnerables del mundo.



Desde las piezas del móvil que usas para conectarte con tus seres queridos hasta la ropa que llevas puesta, pasando por toda la comida que tienes en tu nevera y el papel para limpiarte la mierda del culo que rebosa en tu mueble del baño, todo, todo es resultado de un modelo de producción y consumo que acapara los recursos mundiales en los países ricos después de haberlos explotado en los países pobres. ¡Y esa gente se está muriendo mucho más que por coronavirus, mucho más, joder, cada día! ¿Y valen menos sus vidas? ¿Porque viven más lejos? ¿Porque tienen la piel oscura? 

Si me vas a decir que no merece la pena hacer algo para salvar sus vidas también, entonces, maldita sea, nos lo merecemos. Merecemos que el coronavirus de los cojones se ensañe con nosotros y nos devore. La naturaleza, seguramente, se ha dado cuenta de lo tóxicos que somos para ella como especie y ha dicho "Hay que acabar con ellos". Para el planeta, nosotros somos el virus.

Podrías decirme "Pero, ¿qué me estás pidiendo, exactamente? Con el COVID-19 la relación está clara: si nos quedamos en casa reducimos el riesgo de infección, paramos la propagación del virus. ¿Qué puedo hacer yo frente al hambre, la pobreza y la desigualdad?". 

Exigir que nos obliguen. Igual que han hecho con el coronavirus.

Porque esto no va de hacerse vegano, esto no va de comprar productos ecológicos, esto no va de donar a UNICEF. Esto no va de la responsabilidad de cada uno. Porque todo eso está muy bien, pero no es suficiente. Nos hemos vuelto demasiado individualistas y, por tanto, egoístas. Estamos demasiado acomodados en nuestra zona de confort del plácido y acaudalado mundo occidental. Y, sin embargo... 

Y sin embargo, un día, llega un puto virus para darnos una jodida hostia en la cara y que nos demos cuenta de que tenemos capacidad: capacidad de sacrificio, de compromiso, de solidaridad, de empatía, de pensar en el otro antes que en nosotros mismos, de no salir a la calle no para protegerme a mí sino para protegerte a ti. ¡Increíble! Podemos parar el virus, este y todos los que vengan, y también podemos, claro que podemos, parar la peor pandemia de todas, la de la avaricia. Pero...

Pero no podemos solos. El COVID-19 nos ha demostrado que podemos, pero que nos tienen que obligar. Porque si no se llega a decretar el estado de alarma y a imponer sanciones, la gente estaría yendo todavía a la discoteca. Solo con la responsabilidad de cada uno no lo vamos a conseguir. Quítate esa puta idea de la cabeza de que el mundo va a cambiar si cada uno hace su parte desde su pequeña parcela.  

Porque, esto, de lo que sí va es de ejercitar una acción global conjunta, desde los gobiernos de todos las naciones, para que analicen los motivos y tomen las medidas necesarias para frenar la pandemias históricas y universales de la pobreza y el hambre. Medidas que, seguramente, pasan por reducir nuestro nivel de producción y consumo y, por tanto, de explotación y acaparamiento de los recursos, y así hacer nuestro modelo económico y nuestro estilo de vida compatibles con la vida de cualquier habitante del planeta. ¡Porque no vale menos la vida de un niño somalí que la de un viejo de Málaga!

Hay comida para todos, en el mundo. Hay recursos sanitarios para todos, en el mundo. Hay lugar para todos, en el mundo. Esta crisis del COVID-19 va a poner de manifiesto que podemos hacer un gran sacrificio para salvar la vida de muchas personas de nuestro entorno más cercano. Podemos hacer un sacrificio menor, en nuestro estilo de vida, para salvar a cientos de millones: contaminar menos, no explotar, no acaparar, respetar los derechos humanos y de los animales, redistribuir la riqueza.

Ayudar, como obligación, por decreto. Como estamos haciendo con el coronavirus.

Y si esta crisis nos ayuda, no solo a valorar más las pequeñas cosas, sino también a remover nuestras conciencias, y nuestras entrañas, saldremos fortalecidos de ella.

Si pensabas que este era un escrito para celebrar o relativizar la muerte en occidente, te equivocabas. Esto es un grito desesperado por el cambio. Por el mío, por el tuyo, por el de las naciones. Por el de Todos Nosotros, juntos.

Porque Nos lo merecemos.

David Salinas. Psicólogo, escritor y vecino del mundo.


*Todos los datos numéricos provienen de fuentes fiables que puedes consultar aquí mismo: