Muchos de los que me leéis quizá ya me conozcáis y otros no. Para los que no, me presento: soy David Salinas, psicólogo, de Málaga (España).
Dada mi profesión, sé de la importancia de detectar las causas de un trastorno (no suele haber una, sino que son múltiples y complejas), para establecer un tratamiento. Los psicoanalistas se pueden pasar toda una vida con un paciente en busca de este fin, hurgando en la infancia y en los traumas, pues consideran que cuando la persona es capaz de construir un relato que le facilita entender el motivo de su sufrimiento, sana.
En la sociedad actual, en la que todos estamos enfermos (el número de trastornos de ansiedad y depresión cada vez es mayor, son más los pacientes que van a profesionales de la salud mental y muchas más las personas que se medican con psicofármacos, sobre todo en España, y cada vez hay un mayor conceso sobre la afirmación de que vivimos en "una sociedad enferma"), la mayoría de la gente está muy desconectada de un relato explicativo y, por ende, de entender el origen de su sufrimiento.
Y eso es, en parte, porque se nos ha intentando vender la película de que si estás mal es porque algo tienes (causas biológicas) o algo te ha pasado (has tenido una mala vida: traumas) o algo malo has hecho (no has sido lo suficientemente fuerte y te has roto). Es decir, la causa de tu mal es puramente individual. Es decir, un relato que casa estupendamente bien con el individualismo de la era neoliberal.
Sin embargo, el modelo de salud mental actual es un modelo biopsicosocial. A cómo haya nacido el individuo y a lo que le haya pasado y a lo que haya hecho, deberíamos sumar también la pregunta: ¿qué le hemos hecho todos? O qué estamos haciendo tan mal para que habiendo, supuestamente, crecimiento económico, las personas seamos cada vez más infelices.
Para contestar a esa pregunta, hay que construir un relato. Y para construir ese relato, al igual que los psicoanalistas, tendremos que viajar al pasado.
Hoy día, muy poca gente que conozco sabe lo que significa la palabra "neoliberalismo". Lo cual es bastante preocupante, partiendo de la base de que el modelo económico actual en el mundo globalizado es el neoliberal, y que este condiciona nuestro estilo y condiciones de vida. De ahí esa desconexión con nuestro relato de la que hablaba antes.
El neoliberalismo o también llamado "capitalismo egoísta" es una doctrina económica que ya empezó a aplicarse a modo de ensayo en algunos "países laboratorio" de Latino América, como Chile, y que tuvo su auge en los años 80 con las administraciones de Thatcher en Reino Unido y de Ronald Reagan en USA, convirtiéndose en el paradigma predominante a nivel político, económico e incluso social, hasta hoy. Aboga por la libertad económica y el libre mercado, apoyándose para ello en la desregularización y en la privatización. Los neoliberales no quieren un "Nanny State" (Estado niñera) que coarte la capacidad del individuo para desarrollarse, y en cambio defienden que los mercados tienen, por sí mismos, sin intervención del Estado, la capacidad de autorregularse y potenciar el crecimiento económico, contribuyendo así a la mejora de la calidad de vida de todas las personas.
Suena bonito lo que dice el dictado liberal. Pero, ¿sabéis qué suena más bonito? Las palabras de los intelectuales. ¿Por qué coño no se nos escucha a los intelectuales más? Y por intelectuales me refiero a científicos, psicólogos, sociólogos, filósofos, historiadores, escritores, investigadores... Estos, nosotros, tenemos la capacidad de ver el mundo. De ver cómo somos y por qué. Os ofrecemos un relato bastante creíble.
Hace poco más de un año empecé terapia. Como paciente, quiero decir. Tuve una crisis bastante chunga, así que acudí a Laura, mi psicoterapeuta (actualmente lo sigue siendo), y me ayudó un poco a que me salvara la vida. Yo le dije a Laura que soy neurótico (los neuróticos somos personas casi siempre en alerta, nos cuesta relajarnos, así que nos preocupamos bastante) y ella no me dice ni que sí ni que no, huye de las etiquetas. Pero un día me dijo que yo veía el mundo, que tengo esa capacidad. Los neuróticos tienen cosas malas, pero también buenas: como pensamos tanto, somo más analíticos, y capaces de obtener un mayor número de razonamientos y sacar más ideas creativas. Por eso pienso que entre los intelectuales, pensadores, investigadores y creadores, debe haber mucho neurótico.
El caso es que, ojito conmigo, porque yo os veo. Os vemos. Y somos capaces de construir el relato de lo que ha sido el capitalismo en estas algo más de cuatro décadas de doctrina neoliberal. Y cómo nos ha jodido la vida a todos.
En los años 50, 60 y 70, en España, a pesar de vivir en una dictadura postguerra, un trabajador podía, con relativa facilidad-dificultad, comprarse una casa, pagarla en unos diez años y criar, con la inestimable colaboración de su mujer, por supuesto, una familia numerosa. Tenía trabajo estable. Solo entraba un sueldo en el hogar. Con suerte, y ahorrando, podrían comprar una vivienda más y destinarla a uso vacacional o al alquiler para conseguir ingresos extras. No es coña. Mis abuelos era trabajadores de clase media baja, ella era limpiadora del Materno de Málaga, él administrador de comunidades, limpiaban bloques ambos, ahorraban muchísimo porque apenas tenían gastos (no eran de bares, y discotecas en su época no había), y entre los dos consiguieron comprarle el piso a tocateja a mi madre y a mis dos tías.
Algo así, hoy día, es impensable. Actualmente, gracias al neoliberalismo, que sacia las ansias infinitas del mercado de más flexibilidad laboral en aras de una mejor competitividad y una mayor productividad, la precariedad laboral es un hecho más que consumado, al igual que el excesivo incremento del precio de la vida, muy por encima de las subidas salariales. Consecuencias: tardamos más en emanciparnos, quien lo consigue, vivimos más asfixiados económicamente, y con la soga al cuello en muchos empleos que no contienen seguridad alguna.
Y en un contexto como este, en el que la incertidumbre económica y laboral es mayúscula, y en el que la presión económica es altamente abusiva (ejemplo claro: la vivienda, un bien de primera necesidad con el que las personas además iniciamos proyectos de vida, y que hoy se ha convertido en un objeto de lujo de muy difícil acceso), con estas condiciones ambientales, ¿se nos pide que nos mantengamos sanos mental y emocionalmente? "No te rompas". Se rompió hace poco el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, por la presión incesante de la oposición (oposición ultra neoliberal, por cierto), ¿no nos vamos a romper nosotros que no vivimos en el palacete de La Moncloa ni poseemos la seguridad económica y laboral que él sí tiene?
Estamos agobiados y estamos deprimidos, y es normal. Y la culpa, el motivo, es claramente social: es el neoliberalismo. Las personas, los seres humanos, sí necesitamos de un "Nanny State", no para que nos coarte nuestra capacidad de desarrollo individual (esta se puede estimular, reforzar, dentro de un modelo que implique mayores medidas sociales), sino para que nos proteja, para que nos apoye, para que nos cuide.
Las personas somos tribu. Somos animales racionales y sociales. Desde siempre, hemos necesitado a la comunidad para salir adelante, porque solos es más difícil. En el modelo neoliberal, "el individuo" (entiéndase que para ellos, para los neoliberales, somo individuos, no personas ni seres humanos, más bien individuos que producen y consumen, fin), se las puede apañar solo. Es un sistema altamente individualista que propaga la competitividad y el "sálvese quien pueda", en oposición al cooperativismo y la filosofía comunitaria de sistemas más sociales. En este contexto, las personas se sienten más solas y desprotegidas frente a un mercado económico y laboral que, encima, es cada vez más hostil y depredador. Sálvese quien pueda y nunca mejor dicho.
Por nuestra salud y por nuestra felicidad, y, que no es poco, también por el bienestar de los animales (la consciencia sobre el sufrimiento animal ha crecido enormemente porque ahora sabemos que los animales son seres sintientes que sufren emocionalmente), por la supervivencia del planeta (el neoliberalismo aboga por un crecimiento económico indefinido, lo cual es una idea absurda, totalmente incompatible con la naturaleza finita de los recursos de nuestro entorno), y por una cuestión de justicia social (el crecimiento económico ha aumentado en las últimas décadas neoliberales, pero también lo ha hecho la desigualdad; se crece económicamente, pero se lo llevan casi todo cuatro hijos de puta...), hemos, por todo ello, tomar consciencia de lo que nos ha pasado y nos pasa, entender el relato, y construir uno nuevo. Cambiar, de una vez, el modelo económico-político-social liberal, un paradigma que es totalmente tóxico y mortal para la salud y bienestar de las personas y de los pueblos.
Quizá solo haga falta, para ello, volver a los 50-60-70, cuando el modelo económico preponderante era la social democracia, y sí que había un Estado (y Estado somos todos, no solo los políticos y los burócratas, Estado = tribu) más proteccionista con la clase trabajadora. Quizá haya que abrazar el brazo de la hoz. Quizá haya que inventarse algo nuevo. O quizá todo empiece por recuperar esa consciencia y ese movimiento obrero que nos llevó a tantos avances sociales y que con la era del hiper individualismo neoliberal se ha difuminado entre tanta pantalla LED y tanta macro red de estímulos cibernéticos.
En relación a esa pérdida de la consciencia de clase (hoy todo el mundo quiere ser de clase media, que suena más "limpio" que clase obrera y, además, otorga la ilusión de que un día se pueda pertenecer a la clase alta), hay que tener en cuenta que, no lo olvidéis, "os veo", y sé, como buen psicólogo que soy (o eso es lo que intento), que, por supuesto, la cultura predominante nos cambia la escala de valores predominante. Hoy día, afortunadamente, todavía quedamos mucha gente que prioriza la igualdad social de los sistemas más colectivos frente a la libertad individual del neoliberalismo. Pero eso no significa que la libertad esté en juego, sino que entendemos que la libertad ha de ejercerse con responsabilidad. ¿Y qué responsabilidad hay en cargarte la felicidad colectiva de tu comunidad para llenarte los bolsillos de billetes? La igualdad y la libertad son compatibles; pero es necesario sacrificar parte de nuestra libertad (para que no podamos hacer lo que nos dé la gana sin importar qué efecto tenga en el prójimo; para no convertirnos en unos capitalistas egoístas como los neoliberales), en pos de construir una sociedad más igualitaria, más amable y, gracias a ello, más feliz, ya que, enterémonos de una puta vez, la felicidad es un constructo social, no individual. Se es feliz cuando se está en un entorno feliz. Pues, teniendo en cuenta esto, digo, hemos de ser conscientes de que una consecuencia lógica del neoliberalismo es que cada vez hay más personas más egoístas. Y que, a fin de cuentas, no se trata tanto de una lucha de razones (mis razones son más razonables o lógicas que las tuyas) como de preferencias. Claro que el neoliberalismo funciona: funciona si te importa una mierda cómo les vaya a los demás mientras a ti te vaya bien. En una lógica narcisista (y hoy hay mucho de eso, porque somos lo que mamamos, y hemos mamado neoliberalismo durante demasiado tiempo), ese razonamiento es indestructible. La clase obrera, la renacida clase obrera (o eso espero) no debe entrar en un debate de "tenemos la razón", sino en una lucha de intereses: debemos saber bien lo que nos interesa y luchar a hierro por ello.
Nos interesa volver a una sociedad de cuidados, en la que nos sintamos protegidos, en la que la convivencia (y con ella, las relaciones laborales y económicas) sea más amable. Nos interesa estar sanos íntegramente (física, mental, emocional y socialmente). Y sabemos bien cuál es el camino para ello. Porque, ahora sí, tenemos nuestro relato.
Solo un apuntes más: ¿y no será todo esto una manipulación izquierdista y, en realidad, el neoliberalismo no es tan malo? Después de todo, desde los 80 para acá, ¿la calidad de vida no ha mejorado?
Es una buena pregunta, fácil de contestar. En primer lugar, como apuntaba antes, el crecimiento económico y la mejora de la calidad de vida se han dado de manera muy desigual. Si miramos a nivel global, el mundo desarrollado es muy pequeño en comparación con los muchos países subdesarrollados que existen y las miles de millones de personas en situación de pobreza o en riesgo de. Pero es que, además, en los países sí desarrollados, en los más ricos, también se da esa situación de desigualdad. Una desigualdad que además crece por la propia inercia acaparadora del neoliberalismo (el capital acaba cada vez más en manos de unos pocos). En la primera potencia económica del mundo, Estados Unidos (con el permiso, además declarado, de China), hay más de seiscientos mil homeless (se marcó récord en 2023) y muchísimos trabajadores que no pueden pagar una cobertura médica. En Cuba, por cierto, ninguno. En España, tras los restos de la crisis de 2008, todavía hay muchísimas personas que van a comedores sociales, que están esperando un desahucio, que son pobres energéticos... Estos datos de pobreza y desigualdad puede que no importen un pimiento a los neoliberales narcisistas y faltos de empatía, como por ejemplo Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, que afirma sin rubor que la justicia social es un invento de la izquierda. Pero a nosotros sí que nos importan, y mucho.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta dos factores. El primero, el incremento incesante de la población. Desde los años 80 hasta hoy, la población mundial ha crecido muchísimo, y en España, gracias en gran parte al movimiento migratorio, también. Esto ha llevado a un incremento de la actividad económica, claro. Si hay más gente, hay más para vender, hay más para producir, se recibe más turismo, se crean más proyectos innovadores porque hay más cabezas pensantes... El segundo factor es que hemos de ser conscientes, contemporáneos, de la gran revolución que hemos vivido. En la historia de la humanidad ha habido tres grandes revoluciones económicas: la revolución agrícola, la revolución industrial y la nuestra, la revolución tecnológica. Ordenadores primero, luego internet, después móviles y smartphones, ahora la IA y la robótica... Todo ello ha facilitado un mundo comercialmente globalizado, como nunca antes, y un desarrollo económico sin precedentes. Y, sin embargo, ¿os imagináis cómo hubiera sido este auge tecnológico bajo el amparo de un sistema económico social? ¿Se hubiera repartido de una manera más equitativa el aumento de los márgenes de beneficios? ¿Estaríamos hablando del fin de la pobreza y la desigualdad? ¿Quizá trabajaríamos menos y tendríamos más tiempo para dedicarlo a nuestras familias, amigos y proyectos personales?
Para acabar ya, y en relación a esta última pregunta, otra consecuencia cultural del neoliberalismo y, por tanto, mental (lo cultural, la consciencia colectiva, acaba incidiendo en la mentalidad de cada uno, obvio), es que se asocia la felicidad con el acceso a bienes y servicios. Si tienes poder adquisitivo, eres feliz, y mientras más poder económico tengas, más feliz serás. De nuevo, qué importante es escuchar a los intelectuales, a los que sabemos del tema, no porque seamos más listos, sino porque hemos estudiado, investigado y dedicado horas de mucho análisis y reflexión al objeto de estudio: la felicidad no es una cuestión ni de dinero, ni de poder, ni de estatus, ni de puto ego narcisista. Quien no tiene suficiente dinero para hacer frente a una vida segura y tranquila, sufre; quien lo tiene, no sufre, siempre y cuando se den otras condiciones. Somos felices cuando nuestro entorno lo es, como dije antes, cuando nos sentimos seguros y protegidos porque disponemos de una tribu que nos apoya y nos acompaña, y cuando somos capaces de hacer cosas que son coherentes con nuestra escala de valores, es decir, cuando nos sentimos bien haciendo lo que hacemos, o viviendo como vivimos, porque percibimos que es bueno.
Nos sentimos bien cuando sentimos que estamos haciendo el bien. Hoy, en un sistema neoliberal, en un modelo de capitalismo egoísta, nadie se siente bien, muchos porque sobreviven ("sálvese quien pueda") y otros porque son adictos al dinero, al estatus y al ego, inconscientes de que nada de eso les hace realmente felices. Hasta que un día, nuestro puño en alto les haga despertar de su sueño yonqui y se estrellen de bruces contra sus consciencias todavía aletargadas...
... o con nuestro puño en sus narices y nuestro grito de rabia exigiéndoles ¡¡¡FELICIDAD!!!